La malaria, que se transmite a través de mosquitos Anófeles hembra, mata a más de 400.000 personas al año. En todo el mundo hay unos 219 millones de casos anuales de esta enfermedad. Hoy en día, la principal herramienta para combatirla son los insecticidas. Desafortunadamente, los mosquitos han comenzado a adquirir resistencia a estas sustancias. Por eso, la búsqueda de alternativas para reducir su incidencia es muy importante.
Con este objetivo, un grupo de investigadores comenzaron a prestarle atención al hongo Metarhizium, algunos de los cuales pueden infectar a los mosquitos. Anteriormente ya se habían rociado sus esporas dentro de las chozas en los que hubo brotes de malaria en Tanzania. El método redujo la cantidad de picaduras de mosquitos infectados, pero la cepa utilizada no era lo suficientemente agresiva para lograr un impacto significativo.
En 2018, científicos de la Universidad de Maryland y del Instituto de Investigación de Ciencias de la Salud de Burkina Faso mejoraron el hongo genéticamente. Utilizaron una toxina de una araña venenosa encontrada en Australia, cuyas instrucciones genéticas se añadieron al código genético del hongo para que produjera esa toxina una vez dentro del organismo del mosquito.
La pruebas de laboratorio fueron un éxito y demostraron que el hongo genéticamente modificado podía matar más rápido y con menos esporas. Ahora tenían que demostrarlo en un ambiente lo más cercano a condiciones del mundo real: en Burkina Faso crearon una aldea artificial de unos 600 metros cuadrados, completa con plantas, chozas, fuentes de agua y alimento para los mosquitos y la cubrieron con una malla para evitar que los insectos escaparan. Las esporas de hongo se mezclaron con aceite de ajonjolí y se untaron sobre sábanas de algodón negras para que los mosquitos se pararan en ellas y estuvieran expuestos al hongo mortal.